Discurso "Tratado de Miraflores", 7 de marzo de 2020

09.03.2020 23:12

 

 

Sr. Intendente

Autoridades Municipales

Docentes, alumnos, vecinos de Maipú

Con un gran compromiso acepté la invitación a dirigir estas palabras en este día tan especial y significativo para todos los maipuenses, pero seguro que estás resultarán insuficientes para poder comprender la importancia geográfica e histórica de este tratado que hoy conmemoramos y las implicancias que tuvo para el futuro de nuestra historia local, provincial e incluso nacional.

Hoy no solo se conmemora el Bicentenario de un tratado histórico, sino que además esta es la primera vez que se celebra en Maipú, visibilizando no solo este acuerdo de paz, sino que además se inicia una etapa de reconocimiento a una figura sin dudas distinta para su época, como fue Ramos Mejía.

Y conmemorar el Tratado de Miraflores, firmado hace 200 años en un sitio no muy lejos de aquí, implica necesariamente profundizar en la persona de Francisco Ramos Mejía, porque sin su presencia este acuerdo no solo no hubiese sido posible, sino que ni siquiera se hubiese planteado como una posibilidad.

El primer lugar de estas palabras se las voy a dedicar precisamente a Francisco Ramos Mejía. Es mucho lo que se ha escrito sobre el, y trazar otra biografía sobre esta personalidad sin la posibilidad de agregar información novedosa, entiendo que no nos permitirá avanzar un trecho digno.

La figura de Francisco Ramos Mejía, lo mismo que el Pacto de Miraflores asociado a su persona, se asemejan a la montaña que se vuelve relevante desde la distancia. Como cualquier episodio de esa magnitud, su ubicación en un contexto más amplio cobra dimensiones que desbordan su singularidad.

Su personalidad y sensibilidad prematura hacia la “otredad”, es decir hacia el otro, y ese otro era el aborigen, lo convirtieron en un sujeto histórico que despertó la alarma e intranquilidad para sus contemporáneos.

Ramos Mejía se convierte, desde lo espiritual, en un salvador de almas, pero desde lo político en un trasgresor y religiosamente, en un hereje.

Por eso es que el historiador Marcelio Irianni se refiere a Ramos Mejía como una persona que se encuentra en los bordes de la sociedad en la que le toco vivir. Era una persona sin dudas distinta, que sin temores se internó al sur del río Salado para reconocer estas tierras en 1811 y radicarse con su familia en plena formación en 1815; eran tierras lejanas e inhóspitas, pero que no impidieron, o quizá hayan favorecido, que se generaran buenas relaciones con los caciques que aquí estaban asentados.

Así se llega al 7 de marzo de 1820, día en que se firma el Tratado de Miraflores entre el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, representado por Martín Rodríguez y los caciques Ancafilú, Tucumán y Trirnin, además de caciques con tolderías en la zona de Chapaleufú y Sierras del Tandil, representadas todas ellas por Francisco Ramos Mejía.

Un día como hoy, hace 200 años, en la Estancia “Miraflores” criollos y aborígenes firmaron un Tratado, como intento de pacificar diplomáticamente una tierra que traía el conflicto consigo mismo, como casi siempre que se habla de problemas territoriales. Este acuerdo de convivencia pacífica y reconocimiento de derechos y obligaciones se firma en tiempos en que el Estado provincial daba sus primeros pasos.

Pero 1820 fue particularmente caótico y el horizonte de paz de Miraflores se cayó a pedazos a los pocos meses de su firma. Utilizando como escusa los malones de Carrera que embistió contra varios pueblos, el Gobierno de Martín Rodríguez decide romper en el mes de diciembre lo que había firmado en marzo.

Los motivos reales era la necesidad imperiosa de expandir la frontera ganadera, entendiendo que la producción de cueros, sebo y todos los demás subproductos que hasta poco tiempo antes podían obtenerse a través de las “vaquerías”, ahora debían producirse y constituirían el principal sostén de la economía provincial.

A partir de 1820, justo el año de “Miraflores”, todo cambió brutalmente. Y es que entonces aparecen por sobre las razones fácticas de la ruptura, otras mucho más estructurales que subyacían para que el fracaso fuera inevitable.

En definitiva, cuando están tan claras la necesidad y la orientación de las políticas del Gobierno Provincial, pensar que podía sobrevivir mucho tiempo una zona de respeto mutuo, de propiedades consolidadas, con una serie de Caciques cuyo poderío militar era intimidante para los pobladores aislados, pero no representaba una verdadera amenaza en un mediano plazo para la Provincia, era algo ingenuo; porque además a los intereses estatales se sumaban los intereses particulares de todo un sector que aspiraba a ocupar y poseer esas tierras en cuestión, y desde allí presionaban a los sucesivos gobiernos.

No parecían existir muchas opciones. Muy rápido las cosas serían diferentes. En pocos meses, todo “quedó viejo”. En un año, el texto de “Tratado de Miraflores” era anacrónico, y por lo tanto había que neutralizar a Francisco Ramos Mejía, que apenas en un lustro aquel osado pionero, se transformó en un enemigo público, en un peligro latente para la sociedad criolla.

En palabras del historiador Pablo Zubiaurre: “Un hombre que había roto los códigos habituales en toda una región, que había logrado lo que muy pocos lograron, que había partido de una concepción de habitar sin ser intruso, cosa con la que nadie estaba dispuesto a coincidir, se transformó de buenas a primeras de “mojón de civilización” a “impulsor de la disgregación y la violencia”. Obviamente, como era una persona ubicada en los bordes No tuvo defensores. Por el contrario, sus enemigos afloraron y no tuvieron piedad. Con el Gobierno celoso y desconfiado del poder territorial de Ramos Mejía, con la Iglesia indignada por la particular interpretación que tenía y practicaba, y con toda una clase terrateniente en ciernes que miraba con cierto apetito las tierras que ocupaba, la proyección de Ramos Mejía en el tiempo no permitía ninguna esperanza. Y así ocurrió.

 

En poco tiempo, aquel pionero carente de temor, aquel poblador que se instaló desde la concepción de igualdad y respeto de derechos por sobre la intrusión, aquel que pudo conversar con los principales caciques y hasta ponerle condiciones desde su persona, sin ejército de respaldo, ya no encajaba en la sociedad que de alguna forma nacía en el interior de la Provincia de Buenos Aires. Podría decirse que el Tratado de Miraflores no fracasó, sino que historia lo pasó por encima.

Nadie hubiera firmado en diciembre de 1820 el Tratado que se firmó en marzo de ese año.

Sin embargo, sus esfuerzos no fueron en vano. Se asilaron en un rincón de la historiografía nacional, desde donde hoy se suman para hacer posible la mirada amplia que contiene a todos los sujetos históricos. Fue influyente y distinguido. Sin aceptar al otro en la totalidad de sus costumbres y creencias, imaginó una posibilidad de convivencia. Engrandece su figura la capacidad de comprender actitudes de violencia espasmódica indígena, acaso justificables en ese contexto en que eran alejados de sus espacios y recursos, que experimentaban el incumplimiento de Tratados. El tratado de Miraflores fue un intento noble de construir puentes transitables en ambas direcciones. Claramente Francisco Ramos Mejía vivió y murió en tiempos poco propicios para sus ideas y proyectos.

Para finalizar, quiero felicitar a los responsables de erigir este monumento que se ha denominado Bicentenario Pacto de Miraflores, y además al Honorable Concejo Deliberante por instaurar el 7 de marzo como fecha de conmemoración y evocación de la firma del Tratado de Paz de Miraflores.

Esto va a contribuir a este proceso iniciado desde varias instituciones locales a visibilizar esta parte de la historia local que no tiene la consideración ni el debido reconocimiento, como es la figura de Ramos Mejía y el Tratado de Miraflores. Francisco se presenta como desdibujado, siendo que fue el pionero en ocupar este territorio y además mantuvo una relación amable y de comprensión con quienes eran los verdaderos dueños de estas tierras, los aborígenes.

Esta es una deuda que desde la escuela debemos tratar de saldar. Esto nos pone frente a un enorme desafío a los docentes que es instalar en todos los establecimientos del distrito que esta historia invisibilizada sea enseñada y se comience a trabajar en las aulas rescatando aquellas personas que fueron trascendentales en otras épocas y que contribuyeron de manera decidida a construir este territorio y esta identidad maipuense, y que por distintos motivos no tienen el lugar preponderante que se merecen. 

Estoy convencido que a partir de hoy esta historia comenzará a cambiar

Muchas gracias.

Dr. Gustavo J. Annessi

Director del CIIE de Maipú